-¡Alebrije! ¡Alebrije!- Le gritaban unos animales raros y casi mitológicos a Pedro Linares mientras él agonizaba en una cama a una cuadra del mercado de la Merced.
El campanario es enorme, Pedro lo mira y apresura el paso, teme estar cerca cunado la campana (tan grande que su sombra cubre la tierra desde el mercado de
Sonora hasta el Zócalo), se ponga a gritar desaforada y sin remedio.
“Esto debe ser un sueño”; piensa Pedro mientras camina en fila india al lado de otras personas vestidas de blanco y cuyos rostros se le pierden en las pupilas como si estuvieran hechos de aire. “Esto debe ser el camino hacia el purgatorio”; piensa Pedro mientras recorre un camino angosto como una cuerda custodiado por un abismo TAN PROFUNDO, que ni siquiera se atreve a mirarlo. -Esto debe ser el camino hacia el infierno- se corrige Pedro en voz alta y una gota de sudor helado cae sobre la arena de la vereda y deja una marca blanca en forma de luna -Me voy a ir derechito al infierno-.
Yolanda, la hermana mayor de Pedro toma un trapo mojado y seca el sudor de la frente de su hermano. Julia, la más chica, se mantiene rezando al pie de la cama y las cuentas del rosario corren por sus dedos tan aprisa que parece que estuviera desgranando maíz:
-Santo Señor Jesús, guíalo por las sombras de la tiniebla para que regrese entre los vivos- Dice Julia y Yolanda le da la vuelta al trapo que descansaba sobre la frente de su hermano.
-Si Juan se muere ya nos cargó la chingada a todos ¿Qué vamos a comer? ¿Cartón?-
Dice Yolanda mientras Julia aprieta con más fuerza las cuentas de su rosario y continúa con la cantaleta interminable sólo interrumpida por su llanto, desordenado como el grito de las gaviotas.
El camino se hace cada vez más angosto, la fila india comienza a desbaratarse porque muchos caen al abismo que rodea el sendero, Pedro (cartonero del mercado de la Merced), se aferra a la tierra sentado con las piernas abiertas colgando a ambos lados del precipicio y avanzando hacia adelante mientras empuja su cuerpo con ambas manos.
-No sé si vamos para el infierno, pero por si las dudas más vale no caerse antes-
Le dice Pedro a una mujer de unos cincuenta años quien lo imita y se sienta como él asomando los muslos al vacío.
-Tú eres Pedro Linares-
Afirma la mujer mientras intenta avanzar como él lo hace.
-¿Cómo sabes?- Le pregunta Pedro sorprendido.
–Me lo dijo uno de esos demonios- Contesta la mujer señalando a una criatura extraña, con cuernos pero con alas, con colmillos pero con plumas, con patas de pájaro pero con cabeza de león…
-Es uno de esos- Dice Pedro.
-¡Alebrije!- Grita el animal con una violencia tal que Pedro estuvo a punto de soltarse y caer al fondo del acantilado.
-¡Pedro! ¡Pedro Linares!- Le contesta él.
Hijo de un zapatero que en sus ratos libres fabricaba caballitos y máscaras de cartón, Pedro Linares pasó su niñez rodeado de judas en llamas y piñatas a medio terminar, a sus veintitrés años, Pedro es ya uno de los “juderos” más famosos de la Merced y cada sábado de gloria sus muñecos truenan ante el estallido de los cohetes y de la multitud que recibe ansiosa los regalos que caen de la panza del judas: desde paquetitos de carnes frías hasta perfumes, golosinas, trozos de bistec, peines y peinetas, chicharrón y chocolates (sólo la droguería
Bustillos, de la calles de Tacuba, le encargaba a Pedro veinte judas cada año).
Pero nada de esto había preparado a Pedro para lo que estaba a punto de encontrar al final del camino de arena: miles de criaturas que parecían llevar encima la combinación de todos los animales del mundo rodeaban a Pedro cerca de un valle lleno de piedras y nubes rojas. El grito de: ¡Alebrije! era ahora ensordecedor y Pedro, quien a pesar del escándalo aún podía escuchar a lo lejos los rezos de su hermana Julia: “Santo Señor Jesús, guíalo por las sombras de la tiniebla para que regrese entre los vivos”, se apretó los oídos con las manos, se tiró al piso como si le hubieran dado un balazo y comenzó a arrastrase por el suelo tratando de seguir la voz de Julia que lo guiaba dentro del laberinto de demonios. “Si esto es el infierno no pienso quedarme aquí para averiguarlo”.
Lo demás ocurrió tan rápido que Pedro nunca supo bien a bien si de verdad ocurrió: piedras, gritos, gente, viento, estruendo de cuerpos que se hacen pedazos contra el piso, cuerpos sin peso amontándose, haciéndose agua; los demonios dando vueltas, acechando, ¡Alebrije!
Una convulsión estremeció el cuerpo de Pedro, Yolanda tiró al suelo el posillo de café y el barro se hizo pedazos contra el piso, Julia, perdida en sus rezos, apenas levantó la vista como si nada estuviera pasando.
-¡Volvió!- Dijo Yolanda.
–No- Respondió Julia –Ya está muerto pero todavía no se ha dado cuenta…-
Pedro abrió los ojos sin saber cuánto tiempo había pasado desde la última vez que los había cerrado, trató de levantarse pero le pesaba el cuerpo, como si se hubiera tragado a todos los demonios que lo acosaron durante su sueño, quiso hablar y no pudo, Yolanda le acerco una taza con agua, Pedro se levantó, rechazó el agua, dio varios pasos temblorosos, salió a la calle, se detuvo al pie de la casa y se desplomó en una pequeña silla de madera dispuesto a dejarse morir.
Los días de los muertos son distintos a los de los vivos, las horas, despojadas de toda su prisa, ya no se atropellan unas contra otras, caminan lento, parecen interminables. Los meses ya no tienen nombre y la gente y el ruido no significan nada; cuando uno está muerto el tiempo ya no tiene la menor importancia.
-Calculo que han pasado unos cuatro meses, pero también puede ser que hayan pasado veinte años- Trató de decirle Pedro a un hombre de traje negro que le preguntó la hora mientras se quitaba el sombrero. Pedro pensó las palabras pero sus labios permanecieron cerrados.
–Así que usted es Pedro Linares- Dijo el hombre de pelo entrecano que sostenía su sombrero con la mano derecha.
–Lo soñé anoche. Me mandaron a buscarlo. Usted ya está muerto- Le dijo el hombre mientras enfocaba el lente de su cámara primitiva y lo apuntaba hacía la cara de Pedro.
–Pero no se preocupe, yo regresaré mañana para curarlo. Mientras le voy tomando una foto para su tumba-.
El fotógrafo regresó al día siguiente, aunque también pudo haber sido un año después, miró a Pedro, sacó unas hierbas de la bolsa derecha del saco y las puso sobre la mano de Pedro que permanecía abierta.
–Los secretos de los muertos deben quedarse en sus tumbas- Dijo el fotógrafo, a lo que Pedro Linares respondió elocuente:
-¡Alebrije!- Y ahora sí se movieron sus labios y Pedro escuchó su voz como si nunca la hubiera oído antes, era distinta.
–Entierre usted a Pedro Linares y llévese estas cosas- Dijo Pedro mientras alargaba la mano y mostraba las hierbas al fotógrafo.
–Tengo mucho trabajo, primero hay que traer mucho, pero mucho cartón ¿alguna vez ha visto usted a un dragón con alas de mariposa y escamas de pescado?- Preguntó Pedro
–No- Contestó el fotógrafo.
–Yo tampoco- Dijo Pedro –Pero Pedro Linares (que en paz descanse), vio uno así y otros distintos hace mucho tiempo. Él me contó cómo son; se llaman Alebrijes… Tráigame cartón y le hago uno, pero tráigame mucho cartón antes de que se me olvide-.
* Pedro Linares creó los famosos Alebrijes en la ciudad de México entre 1936 y 1940. Según las narraciones del propio Pedro; estando muy enfermo y al borde de la muerte soñó con estos raros animales quienes le gritaron una palabra con la cual decidió nombrarlos al recuperar la conciencia, la palabra era: Alebrije.