Yo ya no quiero hablar; ya no quiero que la gente me pregunte: “cómo estás” o que el vecino me salude con la mano…
Me gusta la indiferencia y si alguna vez quise decirle algo a alguien ahora ya no quiero.
No tengo nada que hacer y no quiero que me quiten el tiempo; no quiero que me digan: “buenas noches” porque siento que se burlan de mi insomnio y de mi silencio.
Y es que yo no entiendo, no entiendo a la gente que habla tan rápido y luego se aleja con una sonrisa como pensando: “a éste yo le puedo cambiar la vida”.
Anoche me tiré en el suelo y después me encerré en el ropero. Las voces de la calle me están cazando, las escucho y estoy enojado: ¿Por qué no puedo quitarme las orejas junto con los zapatos?
La televisión, el claxon, los grillos, la ambulancia, la regadera, el celular, hasta la puta avioneta del circo “Atiade”.
No hay aspirina que pueda con este dolor de cabeza y yo sólo quiero un poco de silencio; que se callen porque no me dejan escuchar la alfombra, porque no puedo oír lo que a gritos me está contando desde ayer una mosca.
Voy a pegar en la puerta un letrero que diga: “silencio, no estoy trabajando” y me voy a poner a escuchar todo lo que dije la última vez que no hablamos…
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