Sé que nunca podré romper tu silencio,
aparatoso, hermético, irremediable…
Tus labios permanecen cerrados
mientras te miro mirar e imagino
que me lo cuentas todo.
Tu silencio es un laberinto
hecho de gestos y de palabras entrecortadas
apenas audibles;
como la gotera incesante
que golpea la ventana desde hace varias horas.
Y mientras yo, torero sin capote ni espada,
recibo tu mutismo arrodillado en el centro de la plaza.
Hoy no habrá pañuelos blancos,
no hablarás,
no hablarás jamás porque la Rockola de tus noches
no piensa en mis oídos,
porque un mal día se me adelantó Narciso,
y te hizo Eco, del eco que yo no escucharé nunca.
Nada más que agregar Sr. Juez,
la testigo mantiene su derecho a permanecer en silencio,
aunque nada de lo que diga pueda ser utilizado en su contra.
Antes de saberte no entendía al ruido,
ahora ya sé por qué se empeña en reclamar los pasillos,
los rincones, las ventanas.
Ahora entiendo por qué odia las bibliotecas y las funerarias.
Un minuto de silencio para estos oídos que sin tu risa
están muertos.
Hoy me he ganado el insomnio,
mañana pienso armarte un escándalo
y dormir a pierna suelta.
Ante la impasibilidad de tus cuerdas vocales,
voy a pedir otro cortado antes de que traigan la cuenta.
Te compro otros quince minutos de silencio…
quédate conmigo a verte.
2 comentarios:
¿Cómo haces para que las palabras te obedezcan siempre? Bravo, Turri.
Más que hacerme caso se ríen de mí cuando me desespero y trato de ponerlas juntas en el papel…
Solo se dejan acariciar un rato cuando te robo alguna musa descuidada ¿Cómo le hiciste tú para que todas firmaran exclusividad contigo?
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