El problema es este nos atarantado, atorado en la tráquea como la manzana de Adán.
No tenemos inconvenientes con el tú respetuoso: tus calles, tu casa, tu banqueta, tu miopía, tus ganas de que quedarte con las ganas.
Tampoco le reprochamos nada al yo egoísta, contramuros: mi carro, mi trago, mi resaca, mi domingo, mis ganas de quitarte ya esas ganas.
El ellos por lo general no nos importa un rábano: ellos quieren, ellos muerden, ellos lloran, ellos amenazan, ellos tienen ganas de saber si nos dio la gana.
El problema cae en nosotros; ahí se cierra la cortina y se apaga la luz, mientras buscamos a tientas un adjetivo piadoso que convierta este destierro en un lugar de ambos y termine de una vez con tanta pausa, con tanto silencio, con tanto monólogo inconcluso.
Pero hay algo en ese nos que suena artificial, forzado, hay algo en esa lengua que se rehúsa a juntarse con el paladar para que sea propiedad de los dos.
Tal vez porque a pesar de todo no hemos ganado nada, porque las batallas perdidas no se comparten, porque no cabemos juntos en el espejo de tu tocador.
Y ahora lo que es nuestro no le pertenece a nadie, por eso nuestras noches no llegan nunca y nuestros días dan saltos con un pie sobre las hojas del calendario.
Por eso te pido que no salgas, que cierres la puerta y pongas el seguro, y corras las persianas, y quiebres el reloj, y dejes tu vestido debajo de la cama, y guardes mis zapatos bajo llave en el closet, y cubras tu desencanto donde no lo vea nadie, y dejes que mi hastío se aburra solo en el sillón.
Vamos a jugar juntos con nuestra nada mientras ellos esperan en el café de la esquina, matando el tiempo junto a tu tú y mi mí…
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1 comentario:
...supongo que sabes que no tengo nada que decir...
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