Nada queda en ese trozo de papel,
todo es alquimia;
veo que es la prueba más veraz
de que todo es mentira.
Luis E. Aute
No somos los que fuimos en la foto, allí salimos ominosos y perfectos: tú en cuclillas con la falda a cuadros del uniforme cayendo casi hasta los tobillos donde se asoman dos calcetas blancas y tímidas. Yo de pie, con los brazos cruzados y el suéter azul amarrado a la cintura; el pelo relamido, bastante largo y los zapatos escondidos tras otro cuerpo y otra falda a cuadros pero me acuerdo (creo), que eran negros y sin agujetas.
Nos formaron por estaturas así que yo soy el primero del lado derecho (aunque me duela reconocerlo tú eras bastante más alta y yo bien podía mirar a los ojos a un gnomo) y tú la cuarta de izquierda a derecha, con la sonrisa congelada y tapándote con una mano el pequeño tatuaje estampado en tu muñeca.
Pero no éramos así, tampoco somos así ahora… yo ya no llevo un casco de gel en la cabeza y tú nunca volviste a usar esa falda que cubría unas licras negras que usabas para “poder sentarte como te diera la gana”. Esa fotografía rellena con veintiún extraños más, que disimulan el frío de las ocho de la mañana en medio del “patio cívico”, a un lado de la bandera, es sólo otra mala broma que hoy esperaba vengativa dentro de una caja gris de cartón.
Tú dejaste de llamarte Andrea y ahora adoptaste el ridículo “Andy”, yo sigo teniendo el mismo nombre aunque hace años que ya nadie me llama por mi apellido y ahora sólo uso el “Meyer” para llenar los formularios de Hacienda.
Todo esto lo recuerdo con una nostalgia ridícula que me dice que: “fueron tiempos mejores”, pero reconozco que no existe tal cosa y que, si lo pienso bien, ese último año de la secundaria terminó siendo un pequeño infierno (pequeño porque era a mi tamaño).
Recuerdos como los que tiene cualquiera: mi papá llevándome a la escuela enfundado en unos “pants” verde pistache, los casilleros que guardaban de todo menos libros, un montón de profesores hartos tomando “nescafé” y tratando de respirar entre tanta corbata y tanto niño idiota, y tanta falda, y tantos transportadores enormes, de madera, que trazaban mecánicamente círculos y ángulos rectos con gises de colores.
La tienda con “Doña Julia” y su hijo “Lalo” que nos vendía cigarros a contrabando, el recreo de las doce que separaba a las bandas rivales (tercero “A” V.S. tercero “B”), las pastorelas con papás y abuelitas en el segundo patio, Alejandro asediado por una prefecta bisca mejor conocida como: “la Matute”, y tú… tú con falda a cuadros, tú sentada en una jardinera tomando “Boíng de fresa” con tres arpías de cada lado, tú de la mano de tu novio (un pinche gángster de tercero “B”, que controlaba la mitad de la escuela y toda la cuadra) paseándote vengativa por los pasillos y las canchas de fútbol, tú en las gradas del “estadio” cuando había partido, burlándote de mis piernas flacas y de mis gritos interrumpidos por las carcajadas de Alejandro: “¡Tira desde lejos pendejo, qué no ves que nos están poniendo una madriza!”, tú diciéndome lo peor que me han dicho en la vida: “si me lo hubieras pedido ayer te habría dicho que sí”, tú llorando porque me habían suspendido por fumar en el patio, tu voz por el teléfono diciéndome lo mejor que me han dicho en la vida: “si tú pasas por mí sí voy”; yo con un papel doblado en cuatro obligando a Alejandro a desatar la peor guerra de mafias que se había visto en el patio:
-Dale está a carta a Andrea-
-¿Andrea la del tercero “B”?-
-Sí-
- ¡No mames cómo crees, nos van a matar en cuanto pisemos el patio!-
Ya no me acuerdo de los nombres de casi nadie, lloramos en la graduación y prometimos “seguir viéndonos no importa lo que pase”. Estuve toda la tarde buscando la caja gris, tratando de encontrar la fotografía para después poder volver a guardarla y decir: “¡Claro! Ya se me había olvidado todo eso”.
-¿Te acuerdas de Andy?- Me preguntó ayer un tipo gordo y calvo que asegura que jugó en el equipo conmigo cuando nos ganaron la final los de la “Secundaria 4”.
-¿Cuál Andy?-
-¡Andy, Andy! Andrea, la de tercero “B”, la novia de Rubén… Se casó y tiene una niña, dicen que su novio es narco y viven en Saltillo, yo me acuerdo que tenía lo suyo, a ti te gustaba ¿no? ¿Oye y te acuerdas de Alejandro? Dicen que embarazó a la Norma… la de segundo…. la hija de la maestra de música… ¡Pinche Meyer cómo no te vas a acordar de Norma!-
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2 comentarios:
Maestro, como siempre, grande. Eso de abrir las puertas enormes que viven en una cajita de zapatos no es siempre agradable... pero siempre es bueno saber que uno, después de todo, no está tan muerto como se esperaba hace unos años...
me encanta leerte, lo hago cuando te extraño... es un poco como estar contigo,, como antes... tu con esas historias que sólo tu cuentas, y yo como boba escuchándolas cien veces...
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