Jesús Blancornelas fue muchas cosas, un luchador social, una pluma valiente que se enfrentó al narcotráfico y a la delincuencia organizada en general, que dio la cara en una ciudad como Tijuana que parece ser tierra de nadie, pero Blancornelas fue, por encima de todas las cosas: un periodista. Y aunque con esto entro de lleno al terreno de la obviedad, lo que quiero decir es que nadie como él sabía que en el periodismo (sobre todo en el complejo periodismo de hoy), hay que contar una historia, hay que “amarrar” al lector con entradas triunfales y con finales inesperados, pero lo más importante, lo crucial del asunto, siempre debe ser la nota.
Toda esta vuelta nada más para decir que “la nota”, la nota triste y última que dio Blancornelas el 23 de noviembre a las 11 de la mañana, se puede resumir en unas cuantas líneas: El periodista nacido en San Luis Potosí, Jesús Blancornelas, murió en un hospital de Tijuana debido a un cáncer terminál, tenía 70 años. ¿Y ya? Y ya, lo demás son efemérides, homenajes póstumos y palabras de respeto que, ahora sí, se repetirán incontables veces.
Rodrigo Bazán (Doctor y catedrático del Colegio de México), decía en un articulo a propósito de la muerte del escritor guatemalteco Augusto Monterroso: “El principal problema que el género obituario presenta es el de la imposibilidad de ser originales y no reiterar los mismos juicios respecto de los más diversos difuntos […] El género existe: muy bien, ya lo inventamos; pero probablemente no haya habido nunca otro con menos posibilidades ni menor futuro”.
Y esto viene al caso porque es imposible, en el caso de la muerte de Blancornelas, que la nota (su muerte) no pierda importancia ante la trayectoria del periodista (su vida). Advierto desde aquí que no pretendo ser original ni mucho menos dar datos “reveladores” sobre la vida del editorialista potosino, ante la imposibilidad de reconfigurar el género obituario, no queda más que contar la historia de Blancornelas una y otra, y otra vez, y esperar que sirva de algo.
Voy entonces al asunto (si es que el lector tuvo la paciencia de aguantar todo este conglomerado de disculpas). Blancornelas inició su carrera como periodista deportivo en pequeños periódicos de San Luis Potosí. El azar, o “el destino”, lo llevó a fundar el periódico ABC de Tijuana en 1977. En esa misma ciudad conoció a quien sería su socio y amigo íntimo: “El Gato” Félix Miranda, con él fundó el semanario Zeta, una publicación que le sobrevive a ambos en Tijuana.
En 1988, “El Gato” Félix Miranda sufrió un atentando y murió (es un secreto a voces en Tijuana que el asesinato se llevó a cabo por órdenes del dueño del galgodromo en dicha ciudad: Jorge Hank Rhon). Ese episodio de violencia y muerte es quizás un parte-aguas en la carrera periodística de Blancornelas, sin “El Gato” y su columna semanal “Un poco de algo”, las ventas del Zeta comenzaron a desplomarse y Jesús Blancornelas acudió a la única actividad posible; la pluma valiente y el periodismo por el periodismo.
Blancornelas tomó por completo las riendas del semanario Zeta. Ante la constante presencia del narcotráfico y de los capos de la droga que mantenían secuestrada a Tijuana, Blancornelas fue el primero en ponerle rostro a uno de los narcotraficantes más peligrosos: Ramón Arellano Félix, líder del Cártel de los Arellano quien tuvo nexos con la Policía de Tijuana.
Como consecuencia de las reiteradas denuncias y reveses que el Zeta dejó caer sobre los Arellano, Jesús Blancornelas sufrió un atentado el 27 de noviembre de 1997 (coincidencia, tal vez, pero noviembre parece ser un mes que fue enemigo del periodista). “Ya nos dispararon”, dijo Blancornelas por el radio de su camioneta; volcado sobre su lado izquierdo y con cuatro balazos en el cuerpo, uno de ellos (el más grave) le rompió el diafragma y se alojó en una vértebra. Era la venganza del Cártel de Tijuana.
Frente al volante de la “Suburban” de Blancornelas, quedó muerto el escolta y chofer del periodista: Luis Valero, quien recibió más de doce balazos y protegió a Blancornelas con su propio cuerpo salvándole la vida. En el asiento trasero de la camioneta estaban aún la pistola Beretta .380 de Blancornelas, y los chalecos antibalas que les habían proporcionado las autoridades semanas atrás. Ni uno ni otro fueron utilizados.
Blancornelas sobrevivió al atentado y siguió con su labor periodística, con su investigación y denuncia sobre el narcotráfico; su trabajo de toda la vida. Al ser cuestionado en una entrevista para el sitio de Internet Impunidad.com, sobre por qué seguía arriesgando su vida y la de su familia escribiendo acerca de los cárteles, Blancornelas respondió tajantemente: “Si yo dejara de mencionarlos (a los narcotraficantes), si no dijera lo que están haciendo, pensarían ‘ese cuate ya se dobló’. Si ellos vieran eso, le harían lo mismo a otros compañeros. Para mi escribir sobre ellos es como un seguro de vida”.
Periodista de tiempo completo, quizás el sello distintivo de Blancornelas fueron sus crónicas valientes y sus investigaciones profundas y certeras. Su trabajo y el de sus colaboradores fueron reconocidos desde 1996 con el Premio Internacional para la Libertad de Prensa, del Comité para la Protección de Periodistas; el premio María Moors Cabot, entregado por la Universidad de Columbia en Nueva York (1998); el Premio Mundial UNESCO-Guillermo Cano de Libertad de Prensa (1999) y el Premio Libertad de Expresión de la Sociedad Interamericana de Prensa (2002), entre otros.
Autor de varios libros entre los que destacan: “El cártel” (2002), “Horas Extra” (2003) y “En estado de alerta” (2005), todos ellos de la editorial Plaza & Janés. Blancornelas vivió los últimos años de su vida en un encierro casi total, por motivos de seguridad tuvo que suspender presentaciones y conferencias. El último golpe que el periodista sufrió en vida fue el asesinato de su colaborador Francisco Ortiz Franco, coeditor del semanario Zeta. Su ejecutor le disparó cuando se disponía a poner en marcha su vehículo, en cuyo interior se encontraban sus dos hijos.
La pregunta ahora está en el aire, el Cártel de Tijuana sigue operando bajo las órdenes de Enedina Arellano Félix y Tijuana continúa siendo una de las ciudades con mayor índice delictivo del país. ¿Muerto Blancornelas se acabó la crónica y la denuncia periodística en contra del narcotráfico? El semanario Zeta está aún en pie, bajo la mano de César René Blanco Villalón (hijo de Blancornelas), y el periodismo comprometido y valiente se vuelve cada vez más escaso en una frontera golpeada por el muro norteamericano.
“A mí no me van a matar los narcotraficantes, yo voy a morir cuando quiera”, declaró Blancornelas en el 2002. Y así fue, con el cáncer perdió la batalla pero le ganó al narco la guerra. Hay todavía más Zeta sin “El Gato” y sin Blancornelas, habrá que esperar para ver si encuentran de nuevo el camino. Al final no queda más que el respetuoso y tajante obituario: murió Jesús Blancornelas (1936-2006) periodista.
El título de esta nota fue tomado del texto de Rodrigo Bazán: ¿Muerto el dinosaurio, se acabó la fábula? (notas sobre el pensamiento crítico y la teoría literaria de Augusto Monterroso). Marzo 12 de 2003.
jueves, noviembre 30, 2006
viernes, noviembre 24, 2006
"Levántate y anda"
Escucha el despertador, déjalo sonar cinco minutos más. Prepara el baño, sonríe feliz con el agua tibia. Piensa en la calle, combina tu ropa, no olvides tu credencial, tu pluma, tu boleto, tus llaves, tu paraguas.
Sal a la calle a reclamar lo que es tuyo. No te preocupes, abróchate el cinturón, piensa en las bolsas de aire. No mires a nadie, no vaya a ser que te distraigas, que se te haga tarde.
Tienes poder, la gente te respeta (no importa que seas calvo, nadie se atrevería a reír). Firma documentos, asiste a la junta, ponte al día en el tipo de cambio. No fumes, es malo… Pídelo descafeinado, bromea un poco pero nunca demasiado.
Usa tu fuerza, hay que aplastar a la gente de vez en cuando, qué más da, es “tu trabajo”. Tómalo todo, no vaya a ser que mañana no tengas nada. Contrata, sonríe, discute, precede, asiste, comenta, interroga, piensa, argumenta, respira, suda, manotea, discurre, condesciende, pelea.
No te detengas, no hay otra manera. Desvístete, desvístela... no te preocupes le puede pasar a cualquiera (ella tampoco se atrevería a reír), es culpa del estrés o de la comida rápida…
No te disculpes, nada ha pasado. Déjalo sonar cinco minutos más. “Levántate y anda”: toma la pluma, firma el papel y despídela.
Sal a la calle a reclamar lo que es tuyo. No te preocupes, abróchate el cinturón, piensa en las bolsas de aire. No mires a nadie, no vaya a ser que te distraigas, que se te haga tarde.
Tienes poder, la gente te respeta (no importa que seas calvo, nadie se atrevería a reír). Firma documentos, asiste a la junta, ponte al día en el tipo de cambio. No fumes, es malo… Pídelo descafeinado, bromea un poco pero nunca demasiado.
Usa tu fuerza, hay que aplastar a la gente de vez en cuando, qué más da, es “tu trabajo”. Tómalo todo, no vaya a ser que mañana no tengas nada. Contrata, sonríe, discute, precede, asiste, comenta, interroga, piensa, argumenta, respira, suda, manotea, discurre, condesciende, pelea.
No te detengas, no hay otra manera. Desvístete, desvístela... no te preocupes le puede pasar a cualquiera (ella tampoco se atrevería a reír), es culpa del estrés o de la comida rápida…
No te disculpes, nada ha pasado. Déjalo sonar cinco minutos más. “Levántate y anda”: toma la pluma, firma el papel y despídela.
martes, noviembre 14, 2006
¿Te cae?
Cuando la frase: “Ya no queremos escribir realismo mágico”, se convierte en una de las máximas verdades de "la vanguardia", es momento de comenzar a dudar de todo…
Es cierto que los estridentistas lanzaron su manifiesto al grito de “¡Viva el mole de guajolote!” (frase célebre que hizo a los “contemporáneos” llorar de la risa), pero en el caso del estridentismo, Maples Arce sabía, por lo menos, que la batalla estaba perdida incluso antes de comenzarla.
Me temo que, muchos años después, la “nueva vanguardia” tiene más que ver con asuntos editoriales y de difusión que con la misma literatura.
“Creo que lo mejor que nos dejó el movimiento (y seguro estás de acuerdo conmigo, Nacho) fue una gran amistad”.
Dice el conferencista ante la conmoción y la sorpresa del público asistente (creo que hasta hubo llanto y kleenex que pasaban de mano en mano).
. Papel para llenar cuartillas y cuartillas con un manifiesto de vanguardia: 200 pesos.
. Cascabeles para hacer ruido en la arena con múltiples comunicados de prensa: 1, 500 pesos.
. Viaje a España para proclamar (como Neil Armstrong) que se ha conquistado la tierra prometida: 10, 000 pesos.
Que al final de TODO, te quede una bonita (y muy fructífera) amistad, que puedes describir con lujo de detalle en medio de una conferencia: ¡No tiene precio!
“La verdad es que fuimos un poco soberbios (¿no crees Nacho?) pero queríamos dejar bien claro que sólo García Márquez puede ser García Márquez”.
¿Te cae? Es el momento de la ovación de pie: clap, clap, clap… Perdón, quiero decir: crack, crack, crack.
Es cierto que los estridentistas lanzaron su manifiesto al grito de “¡Viva el mole de guajolote!” (frase célebre que hizo a los “contemporáneos” llorar de la risa), pero en el caso del estridentismo, Maples Arce sabía, por lo menos, que la batalla estaba perdida incluso antes de comenzarla.
Me temo que, muchos años después, la “nueva vanguardia” tiene más que ver con asuntos editoriales y de difusión que con la misma literatura.
“Creo que lo mejor que nos dejó el movimiento (y seguro estás de acuerdo conmigo, Nacho) fue una gran amistad”.
Dice el conferencista ante la conmoción y la sorpresa del público asistente (creo que hasta hubo llanto y kleenex que pasaban de mano en mano).
. Papel para llenar cuartillas y cuartillas con un manifiesto de vanguardia: 200 pesos.
. Cascabeles para hacer ruido en la arena con múltiples comunicados de prensa: 1, 500 pesos.
. Viaje a España para proclamar (como Neil Armstrong) que se ha conquistado la tierra prometida: 10, 000 pesos.
Que al final de TODO, te quede una bonita (y muy fructífera) amistad, que puedes describir con lujo de detalle en medio de una conferencia: ¡No tiene precio!
“La verdad es que fuimos un poco soberbios (¿no crees Nacho?) pero queríamos dejar bien claro que sólo García Márquez puede ser García Márquez”.
¿Te cae? Es el momento de la ovación de pie: clap, clap, clap… Perdón, quiero decir: crack, crack, crack.
martes, noviembre 07, 2006
… nada más para venir a verte
(Ahora que reapareces en las runas, igual y también tienes Internet…)
Vinieron a decirme que estas aquí, enfermo, enfermo como un imbécil, tirado en una cama agarrándote a la vida por un tubito que te regala horas a cuentagotas.
Vinieron a decirme que estás aquí, que casi no hablas y que si decidía venir a verte tuviera cuidado porque estas que ni te reconoces entre tanta máquina y tanta sonda, y tanta bata, y tanta mierda, para que tú puedas tirar tu propia mierda, porque ahora, hasta para eso necesitas ayuda.
Y yo no quise venir antes porque estaba seguro (de algún modo lo sigo estando), que de sólo verte, tal vez de tocarte, podría poner la muerte en tus ojos como un antifaz para dormir, ahora sí de a de veras.
¿Y luego qué voy a hacer yo si a ti se te ocurre morirte justo el día en que yo, amablemente vengo a visitarte?
No sabes el tráfico que hay en todas partes y estacionarse es cosa de dos horas, esquivando grúas, parquímetros, policías con silbato y dientes largos… Todo eso para venir a verte, porque a ti se te ocurre estar enfermo y terminar en este hospital que no aparece ni en la “Sección amarilla”.
¿Y luego que voy a hacer yo si tú te pones a morirte justo en el momento en que yo entro al cuarto (340, subiendo, tercer piso, pasillo largo a la derecha) con mi paquete de “Halls” en la mano? (¿Qué esperabas que te trajera? ¿Poesía? ¡No mames!).
La maquinita haciendo ruido, gritando no sé qué de tu ritmo cardiaco. La explosión, los gritos, el llanto, los abrazos… “No se preocupe señora, él ya está descansando”, “estoy con usted para lo que necesite”, “es injusto pero sólo Dios sabe por qué hace las cosas”.
No se te vaya a ocurrir tener el mal gusto de morirte después de que me aventé dos horas en el carro nada más para venir a verte.
Estoy esperando que te levantes a saludarme ¡Arráncate esas cosas! Tú no eres alfiletero de nadie. Ven a la puerta a saludarme ¡no voy a darte un besito en tu cama como si fueras princesa! Te traje “Marlboro lights” (¡fumas como señorita! ¿Qué no había cigarros para hombres en la tienda?).
¡Levántate cabrón! Ven a saludarme. Es viernes. No se te vaya a ocurrir morirte ahorita. Hice dos horas de tráfico nada más para venir a verte.
Vinieron a decirme que estas aquí, enfermo, enfermo como un imbécil, tirado en una cama agarrándote a la vida por un tubito que te regala horas a cuentagotas.
Vinieron a decirme que estás aquí, que casi no hablas y que si decidía venir a verte tuviera cuidado porque estas que ni te reconoces entre tanta máquina y tanta sonda, y tanta bata, y tanta mierda, para que tú puedas tirar tu propia mierda, porque ahora, hasta para eso necesitas ayuda.
Y yo no quise venir antes porque estaba seguro (de algún modo lo sigo estando), que de sólo verte, tal vez de tocarte, podría poner la muerte en tus ojos como un antifaz para dormir, ahora sí de a de veras.
¿Y luego qué voy a hacer yo si a ti se te ocurre morirte justo el día en que yo, amablemente vengo a visitarte?
No sabes el tráfico que hay en todas partes y estacionarse es cosa de dos horas, esquivando grúas, parquímetros, policías con silbato y dientes largos… Todo eso para venir a verte, porque a ti se te ocurre estar enfermo y terminar en este hospital que no aparece ni en la “Sección amarilla”.
¿Y luego que voy a hacer yo si tú te pones a morirte justo en el momento en que yo entro al cuarto (340, subiendo, tercer piso, pasillo largo a la derecha) con mi paquete de “Halls” en la mano? (¿Qué esperabas que te trajera? ¿Poesía? ¡No mames!).
La maquinita haciendo ruido, gritando no sé qué de tu ritmo cardiaco. La explosión, los gritos, el llanto, los abrazos… “No se preocupe señora, él ya está descansando”, “estoy con usted para lo que necesite”, “es injusto pero sólo Dios sabe por qué hace las cosas”.
No se te vaya a ocurrir tener el mal gusto de morirte después de que me aventé dos horas en el carro nada más para venir a verte.
Estoy esperando que te levantes a saludarme ¡Arráncate esas cosas! Tú no eres alfiletero de nadie. Ven a la puerta a saludarme ¡no voy a darte un besito en tu cama como si fueras princesa! Te traje “Marlboro lights” (¡fumas como señorita! ¿Qué no había cigarros para hombres en la tienda?).
¡Levántate cabrón! Ven a saludarme. Es viernes. No se te vaya a ocurrir morirte ahorita. Hice dos horas de tráfico nada más para venir a verte.
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